Buenos Aires era por entonces una joven ciudad, mucho menos sofisticada que lo que podríamos imaginar. Ya no era un poblado en torno a un puerto de contrabandistas, pero tampoco una cuadrícula ordenada. Polvo por doquier y con las lluvias, el barro, y entre tanto los enormes pozos en los que podía caerse una carreta. Los registros señalan que los vecinos construían sus casas con la amalgama que elaboraban a partir de la tierra que sacaban, de ahí nomás, de las calles. Por esta razón las lluvias no eran cosa a dejar pasar, los charcos eran verdaderas trampas mortales. Muchos relatos de la época dan cuenta también de la falta de higiene, esto es, la basura se tiraba literalmente en cualquier lado, los animales muertos, ahí quedaban, fuera un caballo o un toro, los olores no eran menores, el río hacía lo suyo.
Menos de 50 mil personas vivían por allí. Los españoles e hijos de estos con negocios e influencias dominaban la clase alta, y podían ocupar cargos públicos, luego el resto de sus compatriotas menos favorecidos le seguían en importancia social aunque muchos criollos ya le peleaban en ganancias y poder. Eran los llamados “vecinos”.
El 30% de la población era negra, que obviamente no tenían derechos. Cada familia acaudalada contaba con 25 esclavos y hasta las menos pudientes tenían al menos 10. A los esclavizados se los ocupaba en las tareas hogareñas pero también para el comercio como vendedores ambulantes.
Más información: ¿Cómo era Buenos Aires en 1810?
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